DE VUELTA A MI TIERRA: CRONICAS DE UN MARCIANO
![DE VUELTA A MI TIERRA: CRONICAS DE UN MARCIANO](https://soldadoamazonense.blogia.com/upload/20110518071358-onchic.jpg)
De vuelta a mi tierra querida la entrañable provincia de Rodriguez de Mendoza, luego de una prolongada ausencia y encarnizada lucha cotidiana por sobrevivir en la rauda Lima, me sentí más extraño que nido de “shihuín[1]” y es que coincidentemente arribé en una fecha festiva que aglomeraba a una muchedumbre que inquieta celebraba el “Día de la Madre” en el ahora colegio San Nicolas (para mí hasta ahora Escuela 18207 de mis amores).
Luego de tener un agitado día por la zona de Zarumilla, de haber puesto a prueba mi destreza para escapar rodando montaña abajo “volintineándome” por encima de la espina “sonchina”, huyendo de la persecución de unas poquísimas y agresivas abejas (mil, diez mil o veinte mil nada más) con cuyo panal me topé involuntariamente, y las que luego de descargar una batería de aguijones en mi cuerpo lograron lo que las planchas, ranas, canguros y todo tipo de ejercicio físico realizado en la milicia no logró con mi decadente cuerpo, pues en menos de lo que canta un gallo los musculos de mis brazos, piernas, mi lomo, cabeza y cuanta parte de mi cuerpo se pueda imaginar aumentó de volumen considerablemente debido a la inflamación de las picaduras que ni con el secreto de la abuelita (hechale moco me decía) lograba que bajase (le aseguro amigo y paisano que las cuatro o cinco primeras picaduras se hasen sentir, las próximas diez o veinte ya no las sentirá por que su lomo estará adormecido; que razón tenía aquel paisano ñacashca cuando decía que la picadura de abeja en la cabeza duele más que los cachos).
Previo a continuar con mi relato, quiero hacer un paréntesis porque si bien es cierto llegué de noche (9 pm. aproximádamente) a Mendoza, la mañana dio paso a mi asombro al descubrir que el jirón Huayabamba donde antes jugaba “poricoche[2]” o a “los trompos”, así como muchas de las calles del vecindario ahora estaban adornadas por boutiques de ropa, artefactos, boticas, financieras y otros tipos de negocios que no imaginaba encontrar allí; los hogares de antaño habían desaparecido o se habían convertido en una suerte de “jiron de la unión” huayacho. Pues para completar mi alucinante visita, durante las casi dos horas que duró el viaje desde Mendoza a Zarumilla (antes eran 18 horas de camino me cuentan los primeros pobladores de este paradisiaco paraje), de trecho en trecho me topaba con camionetas modernas y motos “tornado” que daban cuenta del progreso de nuestra gente, y discúlpeme paisano si peco en hablar pero hasta ahora no concibo cómo algunos de los que fueron peones jornaleros de mi padre y que se movilizaban en vehículos “dodges” (es decir en dos pies) con ruedas radiales “BF Goodrich” o “God Year” (llanques dobles), ahora conducen orgullosos sus camionetas 4x4. Ah, y fue mejor aún cuando al ver que muchos de estos vehículos venían cargadas con “costalillos”, pregunte que era lo que llevaban y me enteré que estaban en época de cosecha de café, a S/. 13.00 Nuevo Soles el kilo nada más. Bueno dije, que bien que el progreso haya llegando a mi tierra, y que las mulas o las yeguas “rengas[3]” que los domingos veía pasar hacia el mercado, cargando chancaca o rajas de leña, hayan mutado y hoy tenga llantas, muelles y chasís; que aquellos paisanos que vigorosos caminaban alforja al hombro por las calles de mi pueblo hoy quieran movilizarse sólo en carros y motos –“Ray amito” dicen, que va a pensar la cuma “lencho” o el cumpa “cashpete” si me ve caminando- ¿que será no amigo? Quizá el “tucsiche” o el “shirumbe de quinquin” que comieron nuestros paisanos estaba “contaminao” y provocó esta transformación.
Bueno, retomando mi relato, a duras penas llegué hasta el hotel donde me alojé “El Principe Azul” (sí amigo ahora hay varios hoteles, antes se dormía en los trapiches si recuerda, o había que “masearle[4]” la casa a algún familiar o amigo), allí me atavié con la mejor prenda que tenía y me dirigí, aún adormecido por las picaduras de las abejas, al colegio San Nicolas, presto a mover la rabadilla y deleitarme con la compañia y simpatía de mis paisanos y con sus anecdotas que provocan carcajadas y que nunca faltan en este tipo de eventos.
Al llegar a la entrada del colegio, creí haberme equivocado y pensé que aún estaba en alguna ciudad costeña, pues los vendedores ambulantes se habían aglomerado y dotaban a la noche de un pintoresco matiz; allí estaban presentes las alitas broaster, la salchipapa, el caldo de gallina, los anticuchos y no sé que más potajes alienados y extraoriundos, traidos, supongo, por la ola de migrantes que hoy abundan en nuestro terruño y que poco a poco están desplazando a los natomendocinos, así como a nuestras costumbres y tradicones (debería ser preocupación de nuestras autoridades el desarrollar proyectos sociales que preserven y perenicen nuestras costumbres y tradiciones).
Ingresé al local del colegio siguiendo un callejón hecho caprichosamente por los comerciantes ambulantes, y estando dentro, por un momento, sentí nostalgia al pisar aquella “canchita” donde antaño jugué reñidos partidos de fulbito, y mis recuerdos revolotearon en mi cabeza aquella noche gris; presuroso busqué con la mirada algún rostro amigo dentro de la muchedumbre pero grande fue mi sorpresa al descubrir que en ese preciso momento yo era nada más y nada menos que un marciano en aquel lugar; sonreía como idiota a todo el mundo esperando una respuesta amigable, pero vano fueron mis esfuerzos por cuanto era invisible en ese “neogentío” (léase nuevos cumpitas, nueva gente o nueva generación como quiera llamarlo); de rato en rato alguien a la distancia me hacía una seña de saludo quizá reconociéndome o quizá compadeciéndose por mi rostro lúgubre (léase cara de “upa”, “sonso” u “opashcón”), pero al no poder recordar quienes eran los poco que me saludaban, tenía que recorrer a aquel amigo que me acompañaba en esos momentos para identificarlos.
- Hola primo –me decían algunos de ellos-
- Hola “primasho” –le contestaba el saludo.
- ¿Que tal la familia, cómo están los tíos? –proseguía tratando de recordar quién era, supuestamente preguntando por sus padres.
- ¡Hay primito! creo que el sol de Lima te ha vuelto “shonsho[5]”, ¿no te acuerdas que los tíos ya “pasaron a mejor vida” hace tiempo ya? –me contestaba mofándose de mi ignorancia o asombro.
Mi ingenuidad huayacha provocada por el jolgorio de esa música contagiante renacía en mí por un momento, y sin titubeos me ponía a pensar en aquella frase dicha momentos antes por mi interlocutor: “pasaron a mejor vida”; en silencio pensaba equivocadamente “que mejor que hayan “prosperao” y “superao” los tíos”, “derrepente “taitito amito” los a ayudao y se han sacado la Tinka, la lotería o el Gana Diario” (cómo habré estado de idiotizado en ese momento que no me percataba que lo que me quizo decir era que habían fallecido hacía ya tiempo).
Así transcurrieron los minutos y no salía de mi asombro al ver como habían mutado mis paisanos, los adolescentes y jóvenes hacían gala de sus mejores vestimentas, adornados con aquellos artefactos utilizados por esa aberración de cultura citadina llamada “metrosexuales” (yo los llamo cojudeces); las damicelas desconocidas por mí, lucían vestimentas que resaltaban sus atributos y belleza, haciendo de aquella noche una suerte de certamen de belleza propia de la metrópoli limeña; hasta los perros se habían “apitucado” y su ladrido sonaba más entonado (parecería que dijeran “puta que gua, gua won…”); el cantar de los gallos se oía diferente (creo que en ingles, frances o no sé yo que idioma “gallinez”) y si en mis años mozo les escuchaba cantar siempre a la una de la mañana anunciando la llegada del nuevo día, enesos momentos pareciera que su reloj interno se había descompuesto porque sus kikiriky se escuchaba a cualquier hora de madrugada.
Al día siguiente de la celebración por el “Día de la Madre”, luego de haber libado unas pocas frías y espumeantes cervezas (yo pedía a gritos que me dieran tomar mi potente huashpay o mi guarapo pero nadie me hacía caso …Uta que tas loco brother…, me decian unos chiquillos, ¿Qué es esa huevada, esa vaina won..?); fui invitado a presenciar la inauguración del tendido eléctrico en uno de los barrios más populosos y organizados de la provincia: Onchic, y me causó alegría encontrarme con un amigo que, aunque algunos no quieran reconocerlo, es un impulsador de la prosperidad de ese barrio y de la provincia (como el hecho de que pronto empezará la construcción de una moderna capilla en honor a su santa patrona mama naty), me refiero a Edgar Mori mas conocido en el mundo artistico y de la farándula huayacha, de los “albazos” y las “verbenas” como “el chanchin” (disculpa el atrevimiento, pero hasta ahora no sé el origen de ese sobrenombre, algún día me contarás), en realidad he quedado complacido por los proyectos en mente de este buen paisano, sólo falta optimismo y la colaboración de los vecinos mendocinos y de los que se sienten y dicen ser buenos huayachos (no basta con decir serlo sino con sentirlo y demostrarlo) para cristalizarlos.
Mientras el crepúsculo daba paso al velo de la noche, frente al local comunal de Onchic, entre vasos de cerveza, cigarrillos y la grata compañía de amigos, las anécdotas, cual luciernagas que acompañan a la penumbra de la noche, afloraban de la boca de los que disfrutabamos de esa tibia noche a la luz de la luna empañada por el brillo de una luminaria recientemente instalada para la inauguración; es allí que me entero de las virtudes poéticas de uno de estos amigos que me acompañaba, quien me comentó presuroso que para enamorar a la damicela que ahora es su esposa, había desarrollado la habilidad literaria de escribir poemas, uno de éstos caló en mi mente por su peculiaridad e inspiración; decía así:
“Aquella tarde de verano,
Bajo ese sol radiante,
Cuando la nieve nos envolvía”
Como se habrá inspirado este “ñacashca”, o cómo habrá estado de “templao” que es el único ser en la tierra que puede contemplar nevar en una tarde de verano y, lo que es más, que la nieve no se derrita bajo un sol radiante (y yo estaba dudando de San martincito de porras cuando milagrosamente juntó a perro, gato y ratón; gracias paisita por devolverme la fe en san martincito). Con esta “inspiración” con olor a sandez y otorgándole todo el crédito a mi amigo por estos dotes artísticos, arribé a una disyuntiva hipotética en mi pensamiento: Si es correcto pensar que el amor te vuelve “upa” o es que su poder es tán magno que no hay imposibles ante él.
Bueno, para terminar, otra de las anécdotas que recuerdo claramente es aquella donde un paisano que a pesar de estar casado se había enamorado de una paisanita que padecía de una cojera permanente, dicho de otra manera en la jerga del “buen amante” ésta era “su canal 2”, “su calentao”, “su huayna”; sucede que la esposa e hijos del enamoradizo paisano, al enterarse de su relación con la “cojita”, obviamente lo recriminaron diciéndole:
- Papá, ¿cómo es posible que te enamores de esa mujer y encima es coja todavía?; a lo que éste maduro y astuto huayacho contestó:
- ¿Y qué? ¡No me jodan caracho, acaso yo la quiero para que corra o para que sea maratonista!
Con esta rápida respuesta nuestro amigo provocó la risa de la esposa e hijos y apaciguó la cólera de su prole que antecedió aquel acalorado diálogo.
Ah, y la última anécdota que me contaron fue la que se refiere a aquella época cuando Mendoza hacía uso de un motor generador para tener energía eléctrica; pues en aquella oportunidad llegó a la provincia un candidato a diputado y este vivaracho postulante, con la sagacidad que despierta las campañas electorales, al enterarse que la provincia no contaba con funte de energía eléctrica, hizo su ofrecimiento de esta manera:
- ¡¡Señores, si me dan su voto yo me comprometo a traerlos un motor generador de 250 Caballos de Fuerza (250 Hp)!!
Al escuchar esta promesa, uno de los paisanos asistentes al mitin levantó la mano y con voz decidida y fuerte dijo:
- ¡¡Señor candidato, “diosito lindo le oiga” y si usted se compromete con eso, nosostros nos comprometemos a dar todo los “potreros”, el “gramalote” y toda la “inverna” para los 250 caballos!!.
[1] Shihuin.- Ave nocturna que no fabrica su nido sino que suele poner sus huevos en el suelo; los mendocinos solían llamar Shihuin al “araganote”, “quilla”, en otras palabras al que no le gustaba trabajar.
[2] Poricoche.- Juego de las escondidas
[3] Rengas.- Cojas
[4] Masear.- Aprovechar
[5] Shonsho.- Gafo, sonso, idiota
6 comentarios
Victor Fernandez Santa Cruz -
Mario AMPUERO -
Y POR CIERTO CREO Q! ES PACACHE Y NO PORICOCHE...?
MARCO CASTRO -
Marco Castro -
Julio Castro -
Julio Castro
Pedro Lopez -